Tomar tu mano
Cada vez es más
Como morir
Como nacer
Como llorar
Como reír.
Ya no se que sentir.
Sentado, con sus herramientas en las manos y los ojos llenos de rabia y decepción, el artista mira el pedazo de piedra que tiene en frente sin saber que hacer con el.
En un pasado no muy lejano solía ver la forma que tendría su obra antes de que su cincel tocara la piedra, y lleno de jubilo golpeaba cada rincón mientras cantaba mi casa ha sido tomada por las flores. Pero ahora, sintiendo el peso del tiempo en su espalda, en sus ojos, en sus oídos y en su piel, solo se limita a mirar rocas, recordando momentos felices mientras se muerde el labio inferior de la bronca, tratando de encontrar alguna inspiración.
Hay gente fuera, del otro lado de la puerta, que golpea, grita, teme por la salud del artista que hace días que no abandona su habitación. Y ahí, sentado frente a la roca, el les responde con un frió silencio, el mismo que siente en su alma.
El tiene por vocación la tristeza
y ser libre como el viento,
ella nació con una facilidad
para confundirlo absolutamente todo
que en la cabeza intelectual de el
ella solo es caos que tiende a mas caos,
pero, por alguna extraña ley
lejana a las razones con razón,
el ahora tiende al caos de ella
Enojado, conociendo su derrota, como en cada batalla contra ella se vaticina, de un portazo salto al mundo, triste al saberse adicto a su piel. Caminaba por la calle sin entender, mientras los ojos le buceaban en un mar salado y artificial, como algo tan simple como tomar su mano, oler su pelo, dejarla dormir sobre su pecho, podían haberlo hecho caer en ese agujero tan profundo llamado amor. Al cruzar el puente, sintió él nubes en las manos, nubes en los ojos, moho en la piel. Sin pensarlo un segundo mas, salto del puente para acabar con su vida, sin saber que ella, en otro punto del mundo, seguía sus pasos y su amor duraría para siempre en un lugar que algunos dicen que es mejor.
Tomar tu mano
Cada vez es más
Como morir
Como nacer
Como llorar
Como reír.
Ya no se que sentir
Esta es una historia triste, pero no por que en su esencia lo sea, ni porque me toque contarla a mi, un hombre triste, sino por que fue la ultima vez que lo vimos al Roque, y creo yo, que contar lo sucedido se parece a mantenerlo vivo, vivo en la memoria, que es el ultimo lugar para un hombre ya sin vida.
Roque era una de esos hombres buenudos que andan por la vida sin sobresalir demasiado, pero que dejan una marca en todo aquel que los conozca, una bien profunda, de esas que te hacen replantearte muchas cosas, o pocas, pero te hacen pensar igual. Solía visitarme casi todos los jueves. Nos íbamos al bar. de la esquina y, entre wisky y licores, con los ojos grandes y atentos me pedía que le contara alguna historia. Cualquier historia valía para el, no importaba si fuese verdad o puro invento de mi imaginación, que siempre fue muy activa, si fuese propia o ajena, el siempre, con la atención que lo caracterizaba, me escuchaba de principio a fin terminando uno por uno los tragos con pequeños y silenciosos sorbos. Siempre decía que yo era un buen narrador, y creo que por eso contar su historia es en si devolverle un poco de vida.
La ultima vez que lo vi fue un jueves, me había pasado a buscar por casa con una maleta, se iba esa noche no recuerdo muy bien a donde. Como de costumbre, en el bar esperamos que se hicieran las tres, hora en la cual el partiría, mientras solo se escuchaba mi voz contando no se que historia del turco Jasir, que el wisky se encargaba de nutrir de suspenso y adjetivos característicos de la elocuencia del alcohol. A eso de las dos y media pagamos, y, con media historia todavía en la punta de la lengua, nos dirigimos a la estación de colectivo caminando por que no estaba lejos y la noche se prestaba para el paseo.
Al llegar, Roque se acerco al coche, entrego la maleta al chico que la cargo, y se despidió de mi antes de que el chofer le revisara el boleto para poder subir. Si la memoria no me falla creo que el colectivo, de esos de un solo piso, era de la empresa la veloz. Inmóvil, lo vi subirse, recorrer el pasillo esquivando a una señora con su niño que saltaba entre los asientos y acomodarse en un lugar al fondo. El coche arrancó, y nunca supe bien si fui el único que lo vio, una luz naranja poblaba la parte trasera del colectivo mientras este salía de la estación. Esas cosas nunca se saben con certeza.
Al otro dia, el coche, que nunca había llegado a destino, fue encontrado en alguna parte de la ruta nueve reducido a cenizas. Si me preguntan si lo extraño diré que mucho.
Al entrar en su casa, Alberto se dirigió, atravesando el living, luego la cocina y por ultimo el pasillo, hacia su habitación, era de noche, una cálida y tranquila noche. Al encender la luz pudo observar con terror que todo estaba cubierto de sapos, cientos y cientos de bultos verdes, que se amontonaban sobre su escritorio, su armario, su silla, su cama, yendo de aquí para allá.
Sin saber como reaccionar, lo primero que le vino a la mente fue una escoba, idea tan estúpida como cualquier otra que podría surgir del enfrentamiento con cualquier situación como esta. Sacudiendo la cabeza, alejó la imagen de la escoba, la cual le seguía pareciendo una buena idea, para volver a los sapos, sorprendiéndose de estar aun ahí parado frente a la viscosa marea verde.
Trato por unos minutos de entender como habían llegado tantos sapos a su habitación y por que aumentaban en cantidad tan empeñosamente. “A esta velocidad dominaran el mundo en cuestión de días” pensó riéndose admirado por su gran sentido del humor y al instante volvió a su mente la imagen de la escoba como algo de primera necesidad. "Pero por que aun seguía parado ahí, siendo la solución algo tan simple como un utensilio de limpieza", se preguntaba con vehemencia. Con un gran esfuerzo logro volver su atención hacia los sapos y recorriendo el pasillo, llego a la cocina en busca de una escoba. “Todo se resolverá rápidamente” pensó. Dejo la cocina y tomó el pasillo hacia su habitación a la cual nunca llego.
Estaba rodeado, el lo queria asi. Una densa oscuridad lo cubria, en todas las direcciones, aislandolo de todo lo que a su corazón dañaba. Caminó lento, como sin querer hacerlo y miro con lastima el frasco, olvidando todo. Haciendo un sonrisa forzada y dolorosa, sacó de él dos pastillas, ya estaba cansado, necesitaba irse de ese lugar para siempre. Tomando coraje, leyo del pequeño emboltorio que cubria al frasco: "no tomar mas de dos pastillas a la vez, daños nosivos para la salud... muerte". Esa era la palabra justa, la que el buscaba. Se acerco a la cama, miró de nuevo el frasco, lo dio vuelta y dejo caer en su mano cinco pastillas mas. Las tomo todas de un solo intento, ansiosamente, y se sento a esperar...
Raúl se sentó en su sillón favorito, frente al gran ventanal que daba al jardín, en aquel cuarto amplio lleno de libros apilados como muros formando así una inútil y frágil fortaleza, donde el creía refugiarse del dolor que le causaba el sabor de la realidad en los hombros, la espalda, la cabeza, las piernas, pero sobre todo en la cabeza. Así, sentado, mientras afuera las nubes grises poblaban aquel cielo triste que aparecía por sobre las petunias y el tapial, tomo un libro, una novela con una tapa azul, y comenzó a leer.
Al llegar a la quinta pagina, lo que había comenzado con una tímida llovizna amenazaba con ser un huracán. Las calles se llenaban poco a poco del agua, que, violentamente, se llevaba todo a su paso. El viento lastimaba los árboles, meciendo algunos y arrancando a otros, y golpeaba las ventanas que no habían sido cerradas. A Raúl esto no le importaba, el leía y leía, sin reparar en que afuera, el cielo parecía estar viniéndose abajo y que el agua, que tan violentamente recorría las calles, ahora le mojaba apenas los pies y los libros que estaban en la base de las murallas.
Al llegar a la pagina numero cincuenta, afuera ya nada quedaba en las calles que obstaculizara el avance del agua, que con furia golpeaba lo que se cruzara en su camino sean autos, motos, personas, botes, pero sobre todo autos. Las murallas de su fortaleza se tambaleaban sobre su peso mientras el nivel del agua subía cada vez más, y, a pesar de que el agua le mojaba la rodilla y ya arruinaba su sillón favorito, Raúl no paraba de leer su novela.
Al llegar a la pagina ochenta, las paredes que antes le servían de psicológica protección caían sobre el agua desde las alturas, desplomándose en estruendorosos sonidos de tapas duras chocando ente si, por que los libros de tapas blandas se dejaban caer silenciosos frente a la muerte que significaba el agua para sus hojas, y Raúl, que ya tenia el agua por el pecho, cansado de leer, cerro el libro, se paro y atravesó el umbral de su fortaleza para salir a la calle que estaba seca bajo un sol radiante en un cielo despejado, sobre una ciudad que hace meses que no ve lluvia.