24/1/07

El lugar mas triste del mundo (1)

El guitarrista más triste, en el bar perdido, en donde el aire se palpa y ve por la carga de humo, toca con lágrimas en los ojos, melodías que nunca nadie escuchara. En un rincón se desahoga con inspiraciones que no son de este mundo, y la luz sobre su cabeza le da un aire como de lejano. El publico, a cien años de distancia sentado a su alrededor no nota su presencia, pero el sigue ahí tocando, tocando y sufriendo, muriendo por dentro.
Las inspiraciones van y vienen sobre el ritmo de blues que dibuja en el aire melodías celestiales, que dan vueltas por el bar pero vuelven llenas como se fueron sin ser escuchadas. Y así se forma ese muro negro entre el artista y el público, y la vida misma se podría decir, se esconde bajo la sombra que nunca vera el sol, se desgarra en pedazos que nunca se volverán a juntar, y ahí, en ese mismo lugar se encuentra el guitarrista, en ese el lugar mas triste del mundo, que solemos llamar soledad.

21/1/07

Era una vez un barco

Con suavidad, tomo la primera página de aquel viejo libro y la magia empieza a fluir. Desde sus páginas caen ríos dorados que inundan mi habitación, maravilloso paraíso, y sus personajes se hacen carne, se hacen vida.
La historia, que ya no es historia sino sueño, y ahora líquidos con colores, y luego sueño o historia otra vez, va poco a poco siguiendo su rumbo, como un barco que deja en las manos del río su destino, y descansa mientras el río lo mece y lo saca fuera de las montañas.
Ahora el barco se ha dormido, y las piedras le rozan los cabellos, están al acecho, se afilan y se tiran sobre el para herirlo. Pero el río es bueno, o al menos lo aparenta y lo aleja de piedras que gritan y bailan en trance, sedientas de sacrificio.
Y el paisaje, que es bello por partes, se asoma al río, no para ver su reflejo como suele hacerlo, sino por que le interesa el destino del barco, le gusta ver la sangre fluir entre las rocas, alimenta sus ojos, sus vanidosos ojos, espera con ansias el momento para ver las maderas desgarrarse de a poco.
El río, cambiando el color de sus aguas, con un grito de euforia, mece al bote con violencia. Lo lleva de aquí para allá, entre pequeños saltos de agua y remolinos, lo lastima…
En realidad, nunca pude leer mas allá de esta parte, siempre me dio miedo por el pobre barco. Por eso siempre cierro el libro, y me acuesto a soñar que todo era un sueño de líquidos con colores, y que siempre es feliz el final.

2/1/07

Ensimismamiento

Raúl se sentó en su sillón favorito, frente al gran ventanal que daba al jardín, en aquel cuarto amplio lleno de libros apilados como muros formando así una inútil y frágil fortaleza, donde el creía refugiarse del dolor que le causaba el sabor de la realidad en los hombros, la espalda, la cabeza, las piernas, pero sobre todo en la cabeza. Así, sentado, mientras afuera las nubes grises poblaban aquel cielo triste que aparecía por sobre las petunias y el tapial, tomo un libro, una novela con una tapa azul, y comenzó a leer.
Al llegar a la quinta pagina, lo que había comenzado con una tímida llovizna amenazaba con ser un huracán. Las calles se llenaban poco a poco del agua, que, violentamente, se llevaba todo a su paso. El viento lastimaba los árboles, meciendo algunos y arrancando a otros, y golpeaba las ventanas que no habían sido cerradas. A Raúl esto no le importaba, el leía y leía, sin reparar en que afuera, el cielo parecía estar viniéndose abajo y que el agua, que tan violentamente recorría las calles, ahora le mojaba apenas los pies y los libros que estaban en la base de las murallas.
Al llegar a la pagina numero cincuenta, afuera ya nada quedaba en las calles que obstaculizara el avance del agua, que con furia golpeaba lo que se cruzara en su camino sean autos, motos, personas, botes, pero sobre todo autos. Las murallas de su fortaleza se tambaleaban sobre su peso mientras el nivel del agua subía cada vez más, y, a pesar de que el agua le mojaba la rodilla y ya arruinaba su sillón favorito, Raúl no paraba de leer su novela.
Al llegar a la pagina ochenta, las paredes que antes le servían de psicológica protección caían sobre el agua desde las alturas, desplomándose en estruendorosos sonidos de tapas duras chocando ente si, por que los libros de tapas blandas se dejaban caer silenciosos frente a la muerte que significaba el agua para sus hojas, y Raúl, que ya tenia el agua por el pecho, cansado de leer, cerro el libro, se paro y atravesó el umbral de su fortaleza para salir a la calle que estaba seca bajo un sol radiante en un cielo despejado, sobre una ciudad que hace meses que no ve lluvia.