5/10/09

Cronicas del imperio III (la caida del imperio)

La capital estaba en el centro mismo del imperio. Se posaba a ambas orillas del río más importante que atravesaba la zona. Por el venían desde el mar navíos, siempre cargados de lujosas e importantes mercancías, a comerciar con esta gran civilización. Mucha gente venia desde lejos para gozar de la paz y sabiduría de sus habitantes.

El foco del crecimiento siempre constante de la nación era su afán por la ciencia y el conocimiento. Era tal el empeño que ponían los ciudadanos por avanzar, tanto tecnológica como filosóficamente, que el resto de los países los miraban maravillados desde afuera, con el respeto de quien ve en el hermano el futuro mismo de la raza y no se atreve a molestarlo.

Entre los sabios que habitaban la capital, el más importante era un matemático llamado Heggel, adorado y venerado por su adelantada y superior mente. De su pluma había salido la era mas prospera que la nación nunca había visto. Desde tratados humanitarios hasta modelos astrofísicos del universo. Todo lo que salía de su boca era escuchado con atención. La gente callaba de repente si él hacia el gesto de comenzar a recitar algo. Día tras día, el pueblo esperaba ansioso su palabra. Y así pasaban el tiempo. Los años traían ideas, las ideas progreso, el progreso felicidad.

Los escribas de la nación, casi en su mayoría habitantes de la capital, habían decidido, por unanimidad en todas las asambleas, separar el tiempo en dos mitades, una oscura y primitiva, y una llena de luz y progreso, que había comenzado justamente en el año del nacimiento del sabio Heggel.

La casa del sabio daba, en su extremo sur, hacia el río, y en el norte, al pie de la avenida mayor de la capital. Era de un aspecto simple y humilde. Heggel, como todo sabio, conocía el valor de la humildad. Lo mas sobresaliente de la edificación –que tantas veces el alto consejo de la nación había propuesto ampliar para una comodidad que Heggel encontraba sinceramente innecesaria– era el balcón que daba hacia la avenida. Sobre el balcón el sabio transmitía sus meditaciones a sus miles de discípulos.

La actividad favorita del sabio era, luego de un día de trabajo mental, sentarse en la zona de su hogar que daba al río, y ver los barcos mercantes pasar, mientras los últimos rayos de sol hacían de las aguas un danzar de llamas vivas y frías.

Pero hubo un día en el que el sabio no salió de su hogar. Ni siquiera se asomó en el balcón. El pánico inundó al principio las calles, temiendo por la salud del ya anciano guía científico. Uno de sus discípulos, que era también uno de los más antiguos, se aventuró a entrar.

_¿Maestro?_ preguntó en la oscuridad de la morada. _¿Maestro?_ repitió.

_ ¿Qué buscas entre las sombras amigo mío?_ preguntó el sabio.

_Lo busco a usted_ se hizo el silencio. Luego prosiguió._Afuera la gente esta preocupada por usted maestro. Están preocupados por su salud._

_ Ve y diles que no se preocupen por mi_ respondió Heggel_ Diles también, que estoy cerca de encontrar la verdad del universo mismo a través de las matemáticas, y que llamare a esta verdad la ecuación de Heggel. Avísales además, que esta verdad, que aún a duras penas apenas puedo vislumbrar, será también la verdad sobre la vida misma y su origen. El hombre nunca volverá a ser el mismo, el hombre alcanzará la divinidad._

El discípulo se mordió los labios e hizo fuerzas para no llorar de la emoción. Sus pies apenas le respondían, y así, maravillado por las palabras del sabio comunico el mensaje a la capital entera.

Días y días pasaron, cada vez mas personas se amontonaban en la avenida principal de la capital, sin moverse por miedo a no estar atentos en el momento de la verdad. Todos pendientes del balcón de la humilde casa del sabio.

Cerca de la noche del décimo día, entre los murmullos de miles y miles de personas, el sabio apareció en el balcón. Bastó con un solo gesto de su mano para que el aire se hiciese más espeso. No había un solo ruido ni en las afueras de la ciudad. Todos miraban sin pestañear siquiera. El sabio respiró profundo, y ante la mirada atenta de la multitud comenzó a bailar como un pollo en su balcón durante horas, hasta caer muerto sin decir palabra alguna. Buscaron entre sus hojas, entre sus libros, entre sus dibujos, no encontraron nada más que los delirios de un hombre senil, y el mundo nunca volvió a ser el mismo.

2 comentarios:

V a v o dijo...

bravo! las tres entregas me erizaron. y esta ademas me dio mucha risa. saludos y felicitaciones.

Ju dijo...

Siiiiiiii es verdad se corre el riesgo de no querer volver de Cuba, pero...quizá un tiempito x allá no esté nada mal...

El pasaporte conviene tenerlo siempre preparado!! jeje

Habría que ver el detallecito del dinero..:) mmm alguna rifita jajaj

un abrazo

Jul