3/4/10

El ultimo espiral

la cosa es darle play y despues leer








Detrás de la casa la noche gritaba con todo su silencio. Árboles alrededor nos daban reparo de las estrellas, mientras en la oscuridad, Celeste cebaba amargos en silencio sentada junto a mí. No podía verle los ojos, pero los imaginaba enormemente abiertos y hermosos, como siempre. En el medio del monte la paz era absoluta. Con atención, se podía escuchar a la luna moverse por el horizonte, y así tener la certeza de que estaba por algún lugar, escondida entre los árboles. Era tarde, y el calor inevitable hacia las noches más largas de lo que eran. Un pequeña brisa acariciaba una a una todas las hojas y las plantas, casi una sinfonía, casi un suspiro eterno y melodioso.

_Tomate este y pongo a calentar más agua._ la voz de celeste parecía venir de otra vida. Eran sus palabras como brazos que salían de la nada para arrastrarme a la noche nuevamente. En silencio, tomé el mate, y en el gesto, le acaricie la mano pausadamente. De alguna forma esa noche era especial, así lo sentíamos, no lo dijimos, no hacia falta decir nada. El tiempo transcurría tan lentamente, que todo parecía irreal.

Al salir de la casa, celeste camino imperceptiblemente hasta a mí, más como si flotara, como si su levedad hubiera alcanzado la seriedad suficiente como para levitar, y puso su mano en mi hombro. Sentí por un momento, que la vida no podía ser más que esto, que no podía haber nada mas allá de celeste, de la casa del campo, de la luna en la colina, del viento que silbaba.

_Vení _. Dijo muy suavemente, casi susurrando. Me levante como en trance, y vi sus manos que buscaban mi cuello. En un abrazo que duro casi mil años, no pude evitar llorar mientras sonreía. No pude evitar sentirme más feliz que nunca. Al separarnos, ella tomo mi mano, y juntos caminamos hasta el sendero que comenzaba detrás de la casa, y, bordeando los árboles, llegaba hasta la cima de la colina.

Todo el recorrido fue como una procesión. Ella a cada paso apretaba mas fuerte mi mano, yo le respondía con el mismo gesto. Al llegar al último árbol del grupo, frenamos. De lejos nuestra casa parecía una mancha borrosa y oscura. Nuevamente retomamos el sendero, tomados de la mano.

Al llegar a la cima de la colina, la tierra comenzó a vibrar suavemente bajo nuestros pies. Celeste me abrazo mientras veíamos como, en el horizonte, la luna penetraba la tierra. Esto no podía ser el final, esto no debía ser final.




2 comentarios:

V a v o dijo...

que final! hombre! te pasaste! muy bueno es poco. me estremecio.

franco dijo...

Tu cuentista está más vivo que nunca. La luna de tus palabras entra en las sensibilidades terrestres y me deja con ganas de seguirte leyendo. No puede ser el final.