16/11/09

La trompeta desquiciada

Recomiendo leer el cuento escuchando la siguiente canción, pero claro, es simplemente una recomendacion, puede usted hacer lo que quiera:





De a poco, las nubes fueron avanzando hasta cubrir el cielo. El auto sonaba con desgano mientras transitaba un olvidado camino rural. Adelante, el oficial Sotomayor manejaba con cara de cansancio, siempre en silencio, siempre serio. En el auto con el, también viajaban dos oficiales más. La patrulla era vieja y recibía cada pozo del camino con dureza, igual transitaban a una velocidad considerable. La policía del lugar siempre salía a recorrer los caminos por las noches, en busca principalmente de animales sueltos más que nada.
_¿Puedo poner música?_ pregunto el oficial Páez, que estaba sentado junto al conductor.
_Como quieras, pero no muy fuerte_ respondió Sotomayor con desgana.
De algún bolsillo del pantalón Páez saco un casette un poco viejo rogando que la radio anduviese. “En estos autos nunca se sabe” pensaba Páez para sus adentros, cansado de tanto salto, de tanto pozo.
Al comienzo el sonido del bajo hizo que Páez se sintiera más cómodo. Por alguna razón que el ignoraba, o simplemente no se había tomado el tiempo de inventarla aun, en el vehiculo habitaba una extraña tensión entre sus ocupantes, todos callados, todos serios, y ahí la trompeta que comenzaba con sus frases delicadas y suaves, y Páez que se tiraba mas sobre el asiento y miraba como en el horizonte los rayos anunciaban la tormenta. “Que increíble la naturaleza” pensó.
_ ¿Siempre llevas el casette en el pantalón?_ sonó como de lejos Astrada, ubicado en el asiento de atrás.
_ Te va a sonar gracioso, o a lo mejor no, pero para mi salir sin ese casette, es como salir sin un brazo_ respondió Páez sin poder disimular en la voz el tono burlón que lo caracterizaba.
_ Sos un tipo raro Páez_ dijo Sotomayor y los tres callaron nuevamente.
Comenzaban a caer las gotas sobre el campo, y el camino cada vez parecía mas largo, interminable se podría decir. El casette ya iba por la mitad, y entre los truenos y el agua que golpeaba el auto, la música de alguna forma, imposible quizás, sonaba mejor que nunca, como si hubiera sido concebida para ser escuchada en esas condiciones. Páez cerro los ojos por un momento, y casi pudo tocar la trompeta, sintió su brillo partiéndole el pecho en dos y vió la cara de Sofía antes de darle el primer golpe, y algo de eso lo exitó realmente, y con los ojos cerrados se recordó pegándole una y otra y otra vez. “Por que lo merecía” dijo apenas sin abrir la boca mientras apretaba con los dientes la sonrisa que se le escapaba.
El auto patinaba bastante en las curvas por lo que Sotomayor bajo considerablemente la velocidad, los tres seguían en silencio, pero ya Páez no estaba ahí, estaba en su mundo, como le decían los demás oficiales y le recriminaban. La disciplina nunca había sido lo suyo, siempre vago, siempre bohemio. Buscando hasta el fin un pueblo bien tranquilo, una profesión que ahí era absurda, una vida fácil.
La lluvia ceso de golpe, y el cielo se abrió por partes. Algunas estrellas ya asomaban por aquí, otras por allá. La trompeta ya tiraba las frases finales de la grabación, y de fondo, el saxo de Coltrane apareció como un milagro en el auto. Páez de reojo pudo ver a Sotomayor dejar atrás la modorra del viaje inútil, e imagino en su rostro un comienzo de sonrisa, siempre soñando con imposibles.
Las luces de la patrulla marcaron en la distancia, sobre el camino, una silueta embarrada que hacia señas desesperadas con los brazos, mientras corría en dirección al vehiculo. Al bajarse de este, los tres oficiales se embarraron hasta las rodillas, y vio Páez en la cara de sus compañeros una indiferencia absoluta, como si en esa noche embarrarse hubiera sido inevitable. Se acercaron caminando al hombre que corría, y este, del cansancio se había tirado al piso de rodillas, respirando con gran dificultad. Les hablo de una pesca en una laguna cercana, de un compañero, de unos ladrones, de que el había logrado escapar de milagro quien sabe como. Sotomayor no dudo ni un momento, movió el coche del camino, tomo dos linternas, levanto al hombre del suelo, y campo traviesa salieron los cuatro en busca de su amigo y de los malhechores.
Llegando a la laguna, se echaron al suelo. Ya la luna estaba alta en el cielo. De lejos se podía ver que habían comenzado una pequeña fogata en la playita. Sotomayor había dicho que lo mejor era separarse, rodearlos, y vos Páez con el hombre vayan por la derecha, nosotros por la izquierda y si se tiran al agua los hundimos a balazos por forros, y esto a Páez le había causado gracia, al punto de que hubiera largado carcajada si la situación no estuviese tan jodida. Sobre el monte, con el pecho en la tierra, embarrados hasta los huesos, Páez con el hombre vieron alejarse a los otros dos arrastrándose.
Con unas señas, el hombre dijo que avanzara Páez primero, que el lo seguía de atrás. Páez saco su arma, y se fueron juntos hasta un tronco que estaba caído. Desde ahí pudo ver a un solo hombre de espaldas. Páez no pensó en números, no pensó que era imposible que fuera uno solo el que estuviera ahí, no pensó que levantarse seria imprudente, no pensó que acercarse al hombre y ponerle el arma justo a la altura de la nuca hasta sentirlo tiritar por el frío del metal fuera peligroso, no pensó que podrían golpearlo desde atrás en el trayecto sigiloso, no pensó que su arma estaría descargada, no pensó que vería llegar a Sotomayor y a Astrada desde la profundidad de la noche para sumarse a la paliza que le daban en el suelo, sencillamente no pensó y todo marcho como en un sueño, lento y oscuramente.
De alguna forma extraña y silenciosa, pudo Páez escuchar desde el piso, por entre el sonido de los golpes y los huesos que se rompían, la trompeta que sonaba desquiciada ahora, y vio de nuevo la cara de Sofía, esta vez riendo y alejándose, cada vez más lejos, cada vez más lejos, más lejos.

2 comentarios:

V a v o dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
V a v o dijo...

me olvide de darle play a la cancion! pero igual muy bueno!
aunque no deja de darme pena paez, será que a Sofía no la conoci