29/2/08

La mujer soñada

En sueño, Samuel la había visto llorar, y como siempre sus lagrimas dejaron en el algo que nunca supo precisar ni medir, pero su inmensidad solo era comparable con el mar. En el sueño el la divisó entre una gran muchedumbre, era de noche y con cada silenciosa lagrima mas oscuro se hacia el sueño. Sin importarle nada, Samuel se abría paso entre la gente con una furia que el no conocía, con un instinto que no sabia de razones, de insultos, y en su camino nada imprimía la suficiente resistencia para evitar su avanzar.
Estando tan solo a unos pasos de distancia comenzó a gritar su nombre y con cada letra el aire se detenía en aquel salón haciéndose mas espesamente oscuro. La gente se empecinaba en mantenerlos separados, todos con caras pálidamente aterradoras, sonrisas macabras, mientras el veía desangrar su corazón a través de las lagrimas de ella. Ella lo miró, el nunca había dejado de hacerlo. Con las ultimas fuerzas, de esas que son blandas en el ceno del amor pero increíblemente duras en los alrededores, siguió quitando gente de su camino hacia ella, los ojos fijos en los inundados ojos, y por un momento Samuel pensó, inexplicablemente, que al llegar a esos brazos, los brazos de ella, seria feliz de una manera tan simple que el universo mismo tendría que rendirse a tal felicidad, y nadie podría arrebatar del aire ese abrazo, que ya no seria de ella, ni de el, sino que le pertenecería a esa masa transparente que todo lo inunda, esa máquina de vida, el amor.
A dos pasos de ella, estiradas las manos de ambos para romper el precipicio que los separaba, Samuel despertó, y tan amargas eran las lagrimas que en sus ojos encontró al despertar, que de llorar y gritar su nombre perdió la voz.
Hoy ya la tristeza no lo deja dormir.