Luego de muchos esfuerzos y años de estudios sobre el idioma, y sus modificaciones a través del tiempo, los lingüistas del imperio, en conjunto con matemáticos y otros científicos accesorios igualmente importantes, habían logrado crear un modelo matemático sobre el lenguaje. Dicho algoritmo, que planteaba al idioma en función del tiempo con múltiples y variadas, mas no simples formulas, les permitía extrapolar el lenguaje que quisieran, y obtener los valores futuros, es decir, como seria toda la estructura del idioma en un futuro tan lejano como se quisiera.
Admirados por sus logros, y con un entusiasmo digno de mas adoración, tradujeron un mensaje utilizando la formula, para que sociedades futuras leyeran sobre la historia del imperio en su mismo lenguaje. El mensaje fue enterrado en una cápsula del tiempo, y sobre el hueco se hallaba una tapa con la orden expresa de que debía abrirse en el futuro.
Para la mala suerte de los sabios del imperio, la errónea y corrupta administración de los tesoros genero una creciente pobreza, hasta el punto de que ya nadie estuvo a salvo de la indigencia, ni de la analfabetización, ni siquiera en las esferas mas altas de la sociedad.
Pasado el tiempo, nadie abrió la cápsula. Ya nadie sabia leer.
Admirados por sus logros, y con un entusiasmo digno de mas adoración, tradujeron un mensaje utilizando la formula, para que sociedades futuras leyeran sobre la historia del imperio en su mismo lenguaje. El mensaje fue enterrado en una cápsula del tiempo, y sobre el hueco se hallaba una tapa con la orden expresa de que debía abrirse en el futuro.
Para la mala suerte de los sabios del imperio, la errónea y corrupta administración de los tesoros genero una creciente pobreza, hasta el punto de que ya nadie estuvo a salvo de la indigencia, ni de la analfabetización, ni siquiera en las esferas mas altas de la sociedad.
Pasado el tiempo, nadie abrió la cápsula. Ya nadie sabia leer.
1 comentario:
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Te dejo un microrelato de Moterroso sobre otro imperio...
El eclipse
Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido acepto que ya nada podría salvarlos. La selva poderosa de Guatemala lo había opresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de si mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intento algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en el una idea que tuvo por digna de su talento y de si cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles.
Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo mas intimo, valerse de ese conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y espero confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.
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